Casi todas las congregaciones religiosas, también las Hijas de Cristo Rey, tienen un ámbito de la Pastoral al que llaman así, PJV, que significa, literalmente, PASTORAL JUVENIL VOCACIONAL. Esto es algo común, pues, toda Pastoral, y en particular la juvenil, es originariamente vocacional.
Pero esa última letra, la V, hay que explicarla siempre un poco más. Algunos todavía la asocian, exclusivamente, a la inquietud de los que se sienten llamados a ser sacerdotes o religiosos/as, aunque, gracias a la creciente cultura vocacional, se va asociando cada vez más este término a un amplio abanico de opciones, incluyendo, entre ellas, las vocaciones laicales.
Nos parece importante reseñar que, en muchas actividades y propuestas de nuestra PJV, lo vocacional se amplía un poco más allá de la decisión sobre el estilo de vida que se espera llevar. Si se limitara a ello, todo se reduciría a aclararse en una circunstancia concreta, y nuestra PJV quiere ser un ámbito que pueda acompañar a los jóvenes, no sólo en esos momentos, sino en tantos otros que se presentan (en esa franja de edad comprendida entre los 16 – 29 años, según el Sínodo), llenos de encrucijadas, de clarificar interrogantes, de tomar pequeñas o grandes decisiones, de necesidad de volver a Dios o de fortalecer la opción de construir, junto a Él, su Reino. Queremos, como Jesús “caminar junto a cada joven, acogiendo sus anhelos, aunque se hayan visto decepcionados, y sus esperanzas, aunque sean inadecuadas” (Doc. final Sínodo sobre los jóvenes).
En definitiva, la PJV es para todos aquellos jóvenes que quieran ejercitarse en el hábito de poner su vida bajo la mirada de Jesús, siendo su labor crear un ambiente donde se propicie la pregunta: Señor, ¿qué quieres de mí? y en el que se favorezca la respuesta a esa palabra que resuena en nuestro interior y en la que reconocemos la voz de Jesús, que nos insiste a todos: “Sígueme”.
Las HCR nos sentimos continuadoras de la Pasión de nuestro Padre Fundador, cuyas palabras, llenas de ardor y convencimiento, nos siguen sacudiendo hoy: “…nuestra voz no ha cesar de llamar, mientras Dios nos conserve el aliento, inteligencias que lo confiesen y corazones que lo adoren” (José Gras. El Bien, 1870).