«Un católico que no aspira a ser santo, ¿a qué aspira?»
«La vida de oración, personal y de grupo, es necesaria para ir poniendo a Cristo en el centro, de modo que sólo Él viva y reine en el ser y en el hacer». Así de claro y conciso lo afirman los Estatutos del Movimiento Apostólico Cristo Rey, cuyos miembros adultos en España se llevan haciendo todo el curso pastoral la misma pregunta que José Gras ya lanzara a sus lectores en El Bien de febrero en 1908: «Un católico que no aspira a ser santo, ¿a qué aspira?»
Constructores y Comunidades del Reino llevan meses cuestionándose por dentro: ¿A qué aspiramos? ¿Qué deseamos? ¿Cuál es el anhelo de nuestro corazón?. Tener aspiraciones ayuda a desarrollar al máximo nuestro potencial. A menudo, se tienen aspiraciones profesionales, académicas e incluso físicas, pero no aspiraciones espirituales. En una época en la que los referentes son influencers, cantantes o futbolistas, los católicos tenemos la suerte de disponer de un enorme catálogo de gente frágil, vulnerable y corriente, personas que han pasado por la vida haciendo el bien, sirviendo a la Iglesia y haciendo del mundo un lugar mejor. Mujeres y hombres que pese a dificultades y tropiezos, han vivido coherentemente el Evangelio, haciendo de la construcción del Reino su proyecto de vida. Desde septiembre hasta mayo, los laicos Cristo Rey han ido descubriendo el testimonio de santos de la historia reciente y pasada, mártires de los primeros tiempos, apóstoles que conocieron a Jesús. Personas que, en palabras del Papa Francisco, «nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta», la santidad en este siglo XXI. En septiembre comenzaron de la mano de Santa Teresa de Calcuta y el «Tengo sed» de Jesús en la cruz que tanto marcó su vida; planteándose los deseos y anhelos del corazón al comenzar el curso pastoral. El mes de octubre, bajo la intercesión de San Francisco de Asís, se comprometieron con el cuidado de la Casa Común. En noviembre, San Andrés les ayudó a renovar su compromiso desde ese «Sígueme» que lo hizo cambiar radicalmente de vida y que sigue repitiendo a cada uno de los Constructores y Comunidades del Reino en el hoy de este tiempo. Prepararon el corazón durante el Adviento en diciembre, con Santa Lucía, bajo el deseo de ser luz en la oscuridad que rodea a la actual «sociedad herida de muerte».
En enero, el Papa Francisco proclamó el 2024 como el Año de la Oración, sintiendo que el Movimiento camina en línea de la Iglesia, se unieron desde entonces a esa invitación del Santo Padre. El primer mes del año fue dedicado a la Verdad con San Francisco de Sales, Doctor de la Iglesia, que les invitó a una vida basada en la autenticidad. En febrero, comenzaron la cuaresma librándose de las ataduras, como Santa Josefina Bakhita, y rompiendo las cadenas que aprisionan el corazón. Los días previos a la Semana Santa, en marzo, rezaron el Vía Crucis reflexionando del lado de las periferias, como San Óscar Romero.
Vivieron la Pascua en abril recordando a Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, y su ejemplo de ser instrumentos de paz ante una humanidad beligerante, polarizada y dividida. Durante el mayo mariano, el testimonio de San Simón Stock, les ayudó a vivir confiados en las manos de nuestra Madre, revestidos del tradicional escapulario que, en el caso del MAR, utilizó las imágenes de Cristo Rey y María Inmaculada.
Además de la oración mensual comunitaria, a lo largo del curso pastoral Constructores y Comunidades del Reino tienen dos fechas institucionales muy marcadas en el calendario, Santa Inés y San José, en la que los laicos del Movimiento se unen a las religiosas del Instituto en acción de gracias por la Madre y el Padre, respectivamente.